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Capítulo 49
Esta casa es mi cuerpo, mi piel, mi sangre, mis huesos. Me lleva dentro como yo llevé a nuestros hijos. Se ha deteriorado, ha sufrido, la han violado y ha sobrevivido. Sin embargo, hoy se derrumbará. Ya no hay nada que pueda salvarla, que pueda salvarme. Armand, ahí fuera no hay nadie, nada ni nadie a lo que quiera aferrarme. Soy una anciana y me ha llegado el momento de desaparecer. Después de su muerte, un caballero me persiguió con atenciones durante un tiempo. Era un viudo respetable, el señor Gontrand, un personaje alegre, rollizo y con unas patillas largas. Se encaprichó mucho conmigo: una vez a la semana, venía a presentarme sus respetos con una cajita de bombones o un ramo de violetas. Creo que también se enamoró de la casa y de las rentas de los alquileres de las dos tiendas. ¡Ay!, sí, es malévola su Rose. Su compañía resultaba agradable, lo reconozco. Jugábamos al dominó y a las cartas, y yo le servía un vaso de Madeira. Siempre se iba justo antes de la cena. Luego se mostró más atrevido, pero acabó por entender que no me interesaba ser su esposa. Sin embargo, con el paso del tiempo, seguimos siendo amigos. No quería volver a casarme como había hecho mi madre. Cuando usted ya no estaba conmigo, preferí quedarme sola. Supongo que la única que lo entiende es Alexandrine. Aún tengo que confesarle algo. Alexandrine es la única persona a la que echaré de menos. Ya la echo en falta. Todos estos años después de su muerte, me ha ofrecido amistad, que ha sido un regalo inestimable. Curiosamente, en estos últimos y terribles instantes, me sorprendo pensando en la baronesa de Vresse. Pese a la diferencia de edad y de rango, tengo la sensación de que habríamos sido amigas. Le confieso que pensé en utilizar la relación que mantenía con el prefecto para atraer su atención y salvar nuestra casa. ¿No asistía a sus fiestas? ¿No había ido él a la calle Taranne, no solo una vez, sino en dos ocasiones? Pero, fíjese, nunca me decidí. Nunca me atreví. La respetaba demasiado. Aquí acurrucada y temblando pienso en ella y me pregunto si se hace una idea de lo que estoy viviendo. Pienso en ella dentro de su hermosa y noble morada, con su familia, sus libros, sus flores y sus fiestas. El servicio de té de porcelana, los miriñaques de color malva y su belleza. El enorme y luminoso salón donde recibía a sus invitados. El sol salpicando de luz el techo venerable y brillante. La calle Taranne se encuentra peligrosamente cerca del nuevo bulevar Saint‑Germain. ¿Crecerán en otro lugar sus hijitas? ¿Louise Églantine de Vresse soportaría perder su casa familiar, que se levanta orgullosa en la esquina de la calle Dragón? Nunca lo sabré. Pienso en mi hija, que me espera en Tours y se preguntará dónde estoy. Pienso en Germaine, mi leal y fiel Germaine, que sin lugar a dudas estará preocupada por mi ausencia. ¿Lo habrá adivinado? ¿Sabrá que me escondo aquí? Todos los días esperarán una carta, una señal, levantarán la cabeza cuando oigan el ruido de los cascos de un caballo en la entrada. En vano. Mi último sueño aquí me parece premonitorio. Flotaba en el cielo, como un pájaro, y contemplaba la ciudad. Solo veía ruinas calcinadas de un rojo brillante, las de una ciudad arrasada, devorada por un inmenso incendio. El ayuntamiento ardía como una antorcha, un inmenso esqueleto a punto de derrumbarse. Todas las obras del prefecto, todos los planes del emperador, todos los símbolos de su ciudad moderna y perfecta, aniquilados. No quedaba nada, únicamente la desolación de los bulevares y de sus líneas rectas, trazadas en las brasas de los surcos como unas cicatrices sanguinolentas. En lugar de tristeza, me invadía una especie de alivio, mientras el viento empujaba una nube de cenizas negras hacia mí. Entonces me alejaba muy aprisa, con la nariz y la boca llenas de ceniza, y sentía una alegría inesperada. Se había acabado el prefecto, se acabó el emperador. Aunque solo fuera en sueños, había asistido a su caída. Y me había deleitado con ello.
Date: 2015-12-13; view: 353; Нарушение авторских прав |