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Capítulo 50
Ahora se ensañan en la entrada. Ruido y detonaciones. Me da un vuelco el corazón. Amor mío, están en casa. Oigo los pesados pasos subir y bajar la escalera, oigo las voces rudas resonando en las habitaciones vacías. Seguro que quieren comprobar que no hay nadie. He cerrado la trampilla que conduce a la bodega. No creo que se les ocurra buscar aquí. Han recibido la confirmación de que los propietarios habían desalojado el lugar. Están completamente convencidos de que la señora viuda de Armand Bazelet se ha mudado hace quince días. Toda la calle está desierta. No vive nadie en la fila de casas fantasmagóricas, las últimas que aún se mantienen en pie valientemente en la calle Childebert. Eso es lo que ellos creen. ¿Cuántas personas habrán hecho lo mismo que yo? ¿Cuántos parisienses no se rendirán ante el prefecto, ante el emperador, ante el pretendido progreso? ¿Cuántos parisienses se ocultarán en sus sótanos porque no quieren abandonar sus casas? Nunca lo sabré. Bajan hacia aquí. Unas pisadas hacen temblar el suelo encima de mi cabeza. Escribo estas líneas tan rápido como puedo. Unas letras garabateadas. ¡Quizá debería apagar la vela! ¿Podrán adivinar la luz de la vela por las fisuras de la madera? ¡Ay!, espere…, ya se han marchado. Durante un buen rato, solo se escucha el silencio, el latido de mi corazón y el rascar de la pluma sobre el papel. Qué lúgubre espera. Tiemblo toda yo. Me pregunto qué sucede. No me atrevo a salir de la bodega. Temo volverme loca. Para apaciguarme, cojo una novela corta que se titula Tbèrése Raquin. Es una de las últimas obras que me sugirió el señor Zamaretti antes de dejar la librería, y que me resulta imposible cerrar. Se trata de una espantosa y fascinante historia de una pareja de manipuladores adúlteros. El autor, Émile Zola, no ha cumplido siquiera los treinta años. Su libro ha suscitado una formidable reacción. Un periodista lo ha ridiculizado calificándolo de «literatura pútrida», otro afirmó que era pornografía. Muy pocos lo felicitaron. Algo es seguro: de uno u otro modo, ese joven autor dejará huella. Cuánto debe sorprenderle verme leyendo esto. Pero, entiéndame, Armand, es justo decir que la lectura del señor Zola nos confronta brutalmente con los peores aspectos de la naturaleza humana. La escritura del señor Zola no tiene nada de romántica, ni, por otra parte, de noble. El estilo es admirablemente vivo, a mí me parece aún más atrevido que el del señor Flaubert o el del señor Poe. ¿Quizá porque la obra es muy moderna? Así, la escena tristemente famosa en la morgue de la ciudad (un edificio cerca del río, adonde ni usted ni yo fuimos nunca, pese a la creciente popularidad de las visitas públicas) es sin duda uno de los fragmentos más evocadores que haya leído en toda mi vida. Aún más macabro que el incomparable señor Poe. ¿Cómo puede aprobar esa literatura su dulce y discreta Rose? Una buena pregunta. Su Rose tiene un lado oscuro. Su Rose tiene espinas. De pronto, los oigo perfectamente, aquí mismo. Oigo cómo se agrupan en el tejado de la casa, un enjambre de insectos repugnantes armados con picos, y distingo los primeros golpes. Primero se enfrentan al tejado, luego van bajando poco a poco. Aún falta tiempo para que lleguen hasta donde estoy, pero acabarán por alcanzarme. Todavía tengo tiempo de huir. Aún estoy a tiempo de lanzarme por la escalera, abrir la trampilla y correr al aire libre. Vaya espectáculo, una anciana con un abrigo de piel sucio y las mejillas manchadas de grasa. «Otra trapera», pensarán. No me cabe la menor duda de que Gilbert está ahí, estoy segura de que me espera, confía en que atraviese la puerta. Aún es posible. Puedo optar por la seguridad. Puedo dejar que la casa se derrumbe sin mí. Aún puedo tomar esa decisión. Escuche, Armand, no soy una víctima. Es lo que quiero hacer. Morir con la casa. Quedar enterrada debajo. ¿Me entiende? Ahora el ruido es espantoso. Cada golpe con el pico que se hunde en la pizarra, en la piedra, es un golpe que se hunde en mis huesos, en mi piel. Pienso en la iglesia, que observa todo esto apaciblemente. Ha sido testigo de siglos de masacres. Hoy apenas será diferente. ¿Quién lo sabrá? ¿Quién me encontrará bajo los escombros? Al principio, me daba miedo no poder descansar a su lado en el cementerio. Ahora estoy convencida de que eso no tiene ninguna importancia. Nuestras almas ya están juntas. Le hice una promesa y la mantendré. No dejaré que ese hombre se apodere de nuestra casa vacía. Me resulta cada vez más difícil escribirle, amor mío. El polvo se abre camino hasta mí. Me provoca tos, me silba la respiración. ¿Cuánto tiempo tardará esto? Ahora oigo crujidos y gruñidos horribles. Toda la casa tiembla como un animal que sufre, como un navío en medio de una tormenta. Es indescriptible. Quiero cerrar los ojos y pensar en la casa tal y como era cuando usted aún vivía, en todo su esplendor, cuando Baptiste estaba con nosotros, cuando recibíamos invitados todas las semanas, cuando los manjares llenaban la mesa, el vino corría a borbotones y resonaban las risas en el comedor. Pienso en nuestra felicidad, pienso en la vida sencilla y feliz que se tejió entre estas paredes, la frágil tapicería de nuestras existencias. Pienso en las altas ventanas brillando para mí en la noche, con una luz cálida que me guiaba cuando regresaba de la calle Ciseaux. Y usted me esperaba aquí, de pie. Pienso en nuestro barrio desahuciado, en la sencilla belleza de las callejuelas que brotaban de la iglesia y nadie recordará. ¡Ay!, alguien manipula la trampilla, me da un vuelco el corazón mientras garabateo estas letras, soy presa del pánico. Me niego a marcharme, no me iré. ¿Cómo pueden haberme encontrado aquí? ¿Quién les habrá dicho dónde me escondo? Un clamor, unos gritos, una voz aguda grita mi nombre una y otra vez. No me atrevo a moverme. Hay tanto ruido, no puedo distinguir quién me llama… ¿Será…? La vela vacila en la espesa polvareda, no hay ningún sitio donde pueda esconderme. Señor, ayúdame… No puedo respirar. El trueno encima. Se apaga la llama y escribo a oscuras, deprisa, asustada, alguien baja…
Date: 2015-12-13; view: 440; Нарушение авторских прав |