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Capítulo 33





 

Calle Childebert, 18 de marzo de 1865

Mi queridísima señora Rose:

Es la primera carta que le escribo, pero tengo la sensación de que no será la última. Germaine ha bajado para avisarme de que esta tarde no vendrá a la tienda por culpa de un mal enfriamiento. Realmente lo siento y ¡la echaré mucho de menos! Repóngase pronto.

He cogido la pluma mientras Blaise se ocupa de los primeros encargos del día. Esta mañana hace frío y casi me alegra saber que está bien caliente en la cama, con Mariette y Germaine mimándola. Me he acostumbrado de tal modo a su presencia que no puedo soportar el espectáculo de la silla vacía en el rincón en el que usted se sienta con la labor. Todos los clientes me preguntarán por usted, créame. Sin embargo, la más apenada será nuestra divina baronesa. Le preguntará a Blaise dónde está usted, qué le ocurre y, con toda seguridad, le mandará que le lleve un regalito, quizá un libro, o esos bombones que nos vuelven locas a las dos.

Disfruto tanto con nuestras conversaciones… Nunca hablé mucho con mis padres. Mi padre prefería el aguardiente antes que a su hija o a su mujer, y mi madre no era muy afectuosa. Tengo que admitir que crecí en soledad. En cierto modo, usted es casi como una madre para mí. Espero que esto no le moleste. Ya tiene una hija, también con nombre de flor; sin embargo, señora Rose, usted ha ocupado un gran espacio en mi vida, y lo siento más al contemplar su silla vacía. No obstante, es de otro asunto del que quería hablarle. Se trata de una cuestión espinosa y no estoy segura de saber cómo hacerlo. Lo intentaré.

Conoce mi postura respecto a las obras del prefecto. Entiendo que no lo vea con los mismos ojos, pero tengo que descargarme del peso de lo que sé. Usted está convencida de que nuestro barrio se encuentra a salvo, que las mejoras no afectarán a su casa familiar por su proximidad con la iglesia. Yo no estoy tan segura. Sea como fuere, le pido que empiece a considerar qué pasaría si supiese que se debe derribar su casa. (Sé cuánto va a herirle esta idea y que me odiará. Pero usted es demasiado importante para mí, señora Rose, como para que me preocupe un resentimiento pasajero).

¿Recuerda cuando me ayudó con la entrega de las flores de lis en la plaza Furstenberg, el día que murió el pintor Delacroix en su estudio? Mientras arreglábamos las flores, sorprendí una conversación entre dos señores. Un caballero elegante, con un bigote imperial y el traje bien planchado, charlaba con otro más joven, a todas luces menos importante, sobre el prefecto y su equipo. Yo no prestaba demasiada atención hasta que escuché: «He visto los planos en el ayuntamiento. Todas las callejuelas oscuras de alrededor de la iglesia, hasta la esquina, van a desaparecer. Son demasiado húmedas y demasiado estrechas. Es una suerte que el viejo Delacroix ya no esté aquí para verlo».

Nunca se lo he dicho porque no quería preocuparla. Entonces pensé, mientras la acompañaba por la calle Abbaye, que aún faltaba mucho tiempo para que llevasen eso a cabo. También yo creía que la calle Childebert escaparía de la destrucción, porque se encuentra en la estela de la iglesia. Sin embargo, ahora me doy cuenta de a qué velocidad avanzan las obras, el ritmo enloquecido, la organización masiva, y siento que asoma el peligro. ¡Ay, señora Rose! Tengo miedo.

Le hago llegar la carta a través de Blaise y le suplico que la lea hasta el final. Debemos pensar en la peor de las posibilidades. Aún tenemos tiempo, pero no mucho.

Le mando un bonito ramo de sus rosas preferidas. Cada vez que las toco, que las huelo, me acuerdo de usted.

Afectuosamente,

Alexandrine

 







Date: 2015-12-13; view: 337; Нарушение авторских прав



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