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Capítulo 29





 

Gilbert me ha interrumpido para advertirme de que acaba de ver a Alexandrine en nuestra calle. Le he preguntado qué quería decir y me ha mirado seriamente.

– La florista del bajo, señora Rose, la alta de aspecto estricto, con mucho pelo y cara redonda.

– Sí, es ella ‑confirmé, y sonreí ante su fiel descripción.

– Pues estaba justo delante de la casa, señora Rose, miraba hacia dentro. Creí que iba a llamar o a abrir la puerta. Entonces le he pegado un pequeño susto. Empieza a estar muy oscuro fuera y cuando he salido de la esquina, ¡menudo salto ha dado! Se ha marchado corriendo como una gallina asustada, no le ha dado tiempo a reconocerme, se lo puedo asegurar.

– ¿Qué hacía? ‑pregunté.

– Pues imagino que buscarla, señora Rose.

– Observé sus rasgos sucios.

– Pero si cree que estoy en casa de Violette o de camino…

Gilbert hizo un mohín.

– Es una joven inteligente, señora Rose, usted lo sabe. A esa chica no se la jugará tan fácilmente.

Por supuesto, tenía razón. Unas semanas antes, Alexandrine, con su ojo de lince, había supervisado el empaquetado y la mudanza de los muebles y baúles.

– Señora Rose, ¿de verdad tiene intención de ir a casa de su hija? ‑me preguntó inocentemente, inclinada sobre una de mis maletas, que intentaba cerrar con ayuda de Germaine.

Le respondí con un aire aún más inocente y los ojos clavados en la sombra oscura de la pared, donde antes había estado el espejo ovalado:

– Por supuesto. No obstante, primero pienso pasar una temporada en casa de la baronesa de Vresse. Germaine irá antes a casa de mi hija con las maletas más imprescindibles.

Alexandrine me lanzó una mirada incisiva. Su voz cascada me agredió los tímpanos:

– Pues eso es lo que me extraña, señora Rose; hace poco fui a casa de la baronesa para entregarle unas rosas y no me dijo ni una palabra de que usted planeara pasar una temporada en su casa.

Hacía falta más que eso para desestabilizarme. Por mucho que quisiera a esa joven (y créame, Armand, estoy mucho más encariñada con esa curiosa criatura y su boquita fruncida que con mi propia hija), no podía poner en peligro mis planes. Entonces, adopté otra táctica. Cogí su mano larga y fina entre las mías y le di unas palmaditas en la muñeca.

– Vamos, vamos, Alexandrine, ¿que quiere que haga una anciana como yo en una casa vacía, en una calle clausurada? No tengo más opción que ir a casa de la baronesa y luego a la de mi hija. Y es lo que haré, confíe en mí.

– Intentaré confiar en usted, señora Rose, lo intentaré.

Preocupada, comenté con Gilbert:

– De algún modo, ha debido de enterarse por mi hija de que aún no he llegado… Y seguro que la baronesa le habrá dicho que no he ido a su casa. ¡Dios mío…!

– Podríamos instalarnos en otro sitio, más caliente y más cómodo.

– No ‑respondí enérgicamente‑. Nunca abandonaré esta casa, jamás.

Gilbert suspiró con tristeza.

– Sí, lo sé muy bien, señora Rose. Pero esta noche debería salir para ver lo que pasa fuera. Voy a esconder la linterna. Desde que ha llegado el frío, las zonas desahuciadas ya no tienen vigilancia. Nadie nos incordiará. Hay hielo, pero bastará con que se agarre de mi brazo.

– Gilbert, ¿qué quiere que vea?

Me lanzó una sonrisa sesgada que me pareció encantadora.

– A lo mejor quiere despedirse de las calles Childebert y Erfurth, ¿no?

Tragué con esfuerzo.

– Sí, efectivamente, tiene razón.

 







Date: 2015-12-13; view: 338; Нарушение авторских прав



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