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La hora estelar de España





 

La gran revolución española fue un producto de repercusión de varios profundos conflitos sociales: la lucha de «dos Españas»: una religiosa y conservativa contra otra laica y progresista; las controversias de la transición de la sociedad agraria a la industrial; la elección de una estrategia de transición al estado social en condiciones de la Gran Depresión que se había desatado. Esta combinación produjo la formación de todo un abanico ideológico que incluía desde ácratas hasta fascistas. En tales condiciones el centro liberal se veía desmoronado y gozaba de menos y menos soporte. El crecimiento violento del anarquismo fue el rasgo particular de la revolución española aun comparando con la rusa donde el anarquismo jugó un papel importante también. Las tradiciones de la solidaridad obrera también facilitaban el desarrollo de las ideas socialistas, en especial las anarco‑sindicalistas.

Cada una de las influyentes fuerzas politicas de la tragedia española no era monolita. CEDA derecha vacilaba entre el fascismo y el conservatismo, mientras tanto el fascismo trataba de combinar los modelos italianos con la tradición conservativa española y el sindicalismo. Organizaciones liberales se inclinaban ya hacia conservatismo (los radicales) ya hacia los valores social‑democráticos. PSOE iba desgarrándose por la lucha de los socialistas de izquierda (caballeristas) y social‑liberales (prietistas, etc.). El campo libertaria se hallaba en un amplio espectro: del extremismo anarquista al sindicalismo moderado próximo a la social‑demoracia izquierda. Las controversias más águdas partían a los marxistas‑leninistas. PCE y PSUC nacional‑comunista creían POUM marxista‑leninista y antistalinista que buscaba una unión con CNT su enemigo principal igual como fascismo. Los sindicatos obreros jugaban un gran papel en la vida política ya que controlaban sus miembros tanto en la situación social como en la política.

La situación en España dependía también de los procesos globales: la Gran Depresión, la lucha entre fascistas y comunistas. La política del Frente Popular iniciada por Comintern tenía una gran relevancia para el país. Facilitó una forma de organización para consolidación de las fuerzas izquierdas y favoreció el tránsito de PCE a las posiciones moderadas. No obstante, la victoria del Frente Popular en las elecciones fue en un importante grado garantizada por el soporte de anarco‑sindicalistas.

Las pasiones que ardían después de que el Frente Popular había ocupado el poder disonaban con la manera moderada del gobierno de realizar las reformas. La elita ideológica exaltaba y radicalizaba el estado del ánimo de las masas. Una sola posibilidad de que ganaran adversarios políticos se interpretaba como una catástrofe. La política moderada de los liberales no correspondía a la profundidad de la crisis social. La situación fue utilizada por militares profascistas para tratar de ocupar el poder y derrotar a la República. Aunque Franco y sus generales se indentificaban con el término muy polisemántico «nacionalistas», su ideología tenía un carácter fascista.

El intento de los militares de acabar con el gobierno de izquierda provocó una contraataque inmediata por parte de los sindicatos y los partidos socialistas. Hicieron mobilisarze a la sociedad y distribuir las armas al pueblo. El ejército republicano empezó a formarse como milicia, lo que aseguró el éxito inicial de los leales en un gran parte del país.

Tanto el motín como la lucha contra éste fue acompañado de terror. El terror de derecha fue sistemático, mientras tanto el de los republicanos y anarquistas tenía un carácter más espontáneo.

El soporte de los países del Eje ayudó a los rebeldes recuperarse del primer golpe sufrido en los días de julio. Y entonces fue evidente que la milicia republicana que llevaba ventaja al ejército en la confrontación urbana no era capáz de realizar las ataques ofensivas. El intento de la milicia de CNT de atacar Saragoza fracasó. En otras regiones donde el sistema miliciana no se apoyaba en una estructura sindical sólida en la retaguardia, la milicia falló también a organizar una resistencia adecuada a una ofensiva frontal del ejército.

El hecho de que el conflito ibérico hubiera llegado a ser internacional cogió de sorpresa a la diplomacia europea. Al principio parecía que el asunto se resolviera rápidamente por la victoria del revuelto o por su derrota. En vez de esto empezó una guerra duradera, que en un grado importante fue condicionado por la intervención extranjera. La actividad dipomática agitada alreredor de la tragedia española conduce a ciertos autores a la conclusión que el destino de España no se decidía en Madrid. Precisamente de tal impresión partían los «árbitros de los destinos» en Londres, París, Berlín y Roma. Pero los españoles luchando «barajaban las cartas» a la diplomacia europea. Si los republicanos hubieran fracasado a defender Madrid, no hubieron persistido en luchar hasta 1939, «la cuestión española» habría sido retirada del orden del día muy pronto. El destino de España se decidía no sólo en Madrid, pero y en Madrid también. A pesar de la opinión de varios políticos republicanos (incluído al Presidente Azaña), la guerra no era perdida desde el principio, además, los leales recibían la ayuda oportuna de la URSS, que hasta 1938 jundo con los Brigadas Internacionales equilibró el factor de la intervención fascista.

Por resistir al fascismo, España cambió la situación en Europa. Provocaba tensión entre el gobierno conservativo inglés y el de Francia, ideológicamente próxima a la República del Frente Popular. No obstante, los líderes del Frente Popular francés, asustados tanto por la revolución como por el fascismo, de hecho tracionaron a la República española. La guerra en España favoreció el acercamiento de Alemania y Italia, y ambos el Reino Unido y Francia estaban dispuestos a sacrificar a la República española para que Italia volviera a la Triple Entente. La política de pacificación, cuya cúspide fue el Tratado de Munich, fue probada primero en España en forma de así llamada política de no intervención. Por motivos tácticos la URSS participó en ésta. Al haberse asegurado de que los fascistas no habían terminado de soportar el revuelto, el gobierno soviético también inició a prestar ayuda a la República. Por causas ideológicas y de política exterior para la URSS era imprescindible que la República no fuera derrotada. La guerra española no fue sólo la primera guerra de gran escala contra el fascismo, también distraía la atención del Occidente, incluso de los nazis, a la destinación opuesta a las fronteras soviéticas.

Para la marcha de los eventos en la crítica segunda mitad de los 30 España también tenía una gran relevancia como polígono militar y político. España dió una experiencia militar y política inapreciable en tales cuestiones como el papel de la aviación y de la artillería (los tanques fueron menos efectivos), el balance del frente y la retaguardia, etc. Esta experiencia no fue considerada siempre, y en alguna parte dejó de corresponder al momento cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial y sus Blitzkriege. Los expertos militares tanto de la URSS como de Francia tenían la posibilidad de asegurarse de que «la guerra de los motores» podía ser posicional, como la Primera Guerra Mundial, lo que causó las errores trágicos de los 1940–1941.

 

* * *

El arranque de la guerra civil y el armamento general de los ciudadanos activos en la República provocaron no una simple revuelta social‑politica sino una profunda revolución social: cambios cualitativos del sistema de la propiedad y del poder. Colectivización (incautación, socialización) industrial en España, sobre todo en Cataluña y Aragón, produjo un sector económico nuevo, diferente de una manera cualitativa tanto del capitalista como del público, en primer lugar, por un sistema desarrollado de la democracia industrial, participación del obrero en adopción de decisiones en la empresa. La actitud negativa de la doctrina anarquista a la democracia como un sistema pluripartidista no les impidió a anarco‑sindicalistas extenderla a la esfera de la producción. Apoyándose en las estructuras de uniones obreras, los anarco‑sindicalistas y socialistas de izquierda hicieron un paso práctico a eliminar la alienación del productor de los medios de producción. Pero fue sólo un paso.

En lugar de la dictadura del gerente llegó el poder del colectivo representado por su activo (sobre todo por los líderes sindicales de la estructura de CNT) e influencia casi religiosa de los lemas ácratos, cualquiera oposición a cuales podía ser interpretada como contrarrevolución. Sin embargo, el ascendiente de la ideología compartida por una masa importante de los obreros jugaba un papel impulsor, incluído en la producción. Anarco‑sindicalistas y socialistas de izquierda lograron establecer un sistema social relativamente eficaz y democrático (en cuanto era posible en las condiciones de la guerra civil), basada en la democracia industrial. A pesar de una grave situación económica provocada por la guerra y la escisión del país, la industria colectivizada no dejó toda la industria desplomarse. Introducción del sistema de la democracia industrial garantizó la única eficacia productiva que fuera posible en las empresas españolas de la época en la situación de guerra y el bloqueo económico parcial. El mito de que «los anarco‑sindicalistas arruinaron la producción» puede considerarse desmentido. Al tomar en sus manos las fábricas, los obreros e ingenieros hicieron lo máximo posible. La producción para el esfuerzo de guerra logró a superar los valores de preguerra. Pero el modelo de autogestión y democracia industrial coordinada por sindicatos y estructuras sociales semipúblicas no satisafacía a otras fuerzas políticas, lo que en 1937 agravó la confrontación en el campo republicano. La lucha contra la democracia industrial desplegada bajo el gobierno de Negrín (1937–1939) precipitó la caída de los valores económicos en comparación con los tiempos de Largo Caballero.

La colectivización rural iniciada por los ácratas se difundió extentamente por el territorio republicano. A diferencia de la URSS, no fue causada por presión del Estado a los campesinos. En algunos casos la mayoría de paisanos imponían la colectivización a la minoría, en algunos casos las haciendas individuales se conservaban. A vezes unos grupos de ácratas radicales llevaban a cabo la colectivización forzada, pero CNT y los líderes anarco‑sindicalistas se pronunciaban en contra de tales disparates. El apoyo masivo de la colectivización y su carácter voluntario para la mayoría de los paisanos se ve confirmado también por el hecho de que después del fracaso de los anarco‑sindicalistas en su conflito con los comunistas en mayo‑agosto de 1937, cuando anarquistas ya no tenían ni una sola posibiliad de aplicar fuerza a sus adversarios, el movimiento masivo de los colectivos agrarios continuó y aun creció. En general, la colectivización produjo un buen efecto en la escala nacional. La situación con alimentaciones en primavera de 1937 se mejoró sustantivamente, las áreas sembradas crecieron, que admitían hasta los adversarios de los anarquistas. Los éxitos y fracasos de colectivos concretos dependían de sus líderes, pero en general el movimiento que eliminó por su sola aparición la opresión tributaria, latufundismo y haciendas parciales demostró su viabilidad.

De septiembre de 1936 a mayo de 1937 el gobierno republicano encabezado por F. Largo Caballero, que ayudaba a los profundos cambios sociales. Desde el noviembre participaron los anarco‑sindicalistas, de esta manera era el gobierno no sólo del Frente Popular sino de una amplia coalición antifascista. La actividad de los ministros anarquistas tenía un carácter global democrático y no específiamente anarquista, cabiendo en el marco del estado democrático. Mientras CNT quedaba en el gobiermo, los oponentes del experimento social‑económico anarquista no podían desarrollar una ataque seria contra el sector de la democracia industrial. Apenas CNT había dejado el gobierno, esta ataque comenzó y provocó la reducción importante de la revolución social. La presencia de CNT en el gobierno era la condición de conservación de la profundidad de la revolución que fue obtenida en el otoño de 1936. Después de la integración de los sindicalistas al gobierno, realizaron una política económica relativamente pluralista, que se veía apoyada por Largo Caballero y de hecho fue la base del rumbo social‑económico del gabinete en general.

Durante el gobierno de Largo Caballero la construcción militar de la República basó en combinación de los principios de lo miliciano en el nivel de subdisisiones y lo regular en la dirección de las unidades. La combinación citada no salvó a la República de la derrota de Málaga, pero ayudó a defender Madrid y vencer al cuerpo de expedición italiano en Guadalajara. El gobierno Prieto‑Negrín inició a arruinar el sistema miliciano, pero no alcanzó las victorias. El entusiasmo se apagaba, el carácter casto de los oficiales y falta de control por parte de los últimos aumentaban, lo que aceleraba la caída de la capacidad de guerra del ejército republicano y sus derrotas en la segunda mitad del 1937. El derrocamiento de Largo Caballero frustró la preparación de la operación en Extremadura, que podía sacar el conflito de la fase posicional qu era fatal para la República.

Conflitos internos, más propios de la República que del régimen franquista, no le eran peligrosos como tales. Sólo en breves instantes amenazaban al frente, y Franco no se aprovechó de aquellos momentos. Los conflitos de política interna afectaran al destino de República no tanto por su desarrollo cuanto por el resultado que tuvireron en mayo 1937.

En la primera mitad del 1937 las controversias en el campo leal aumentaban. Comunistas se oponían contra la revolución que había estallado en España, por creer que desviaba al país de la sociedad de modelo soviético con que soñaban, además impedía la victoria de la República. En lo último coincidían con Azaña, Prieto y Negrín. El centro político de la República declinaba a la derecha, los comunistas empezaban a ser un centro de consolidación de un «partido del orden» que se oponía a la revolución social. Largo Caballero tomó parte de la revolución española, porque la creía un medio de mobilizar a las masas indispensable para derrotar el fascismo y porque la revolución daba el sentido claro a la lucha: el triunfo de una sociedad nueva sobre la antigua, sin simple conservar aquella España que había existido antes del 1936. Largo Caballero y sus partidarios buscaban un modelo de una sociedad nueva que se formara en resultado de la revolución y que correspondiera a los principios del socialismo democrático. Al conocer más bien las ideas que defendían los sindicalistas que habían integrado el gobierno, los caballeristas empezaron a inclinarse hacia la idea de crear una sociedad cuyo núcleo, estructura principal, fueran los sindicatos obreros.

El 3 de mayo del 1937 PSUC y los nacionalistas catalanes provocaron conflitos armados con anarco‑sindicalistas en Barcelona, que fueron declarados «un revuelto anarco‑trotskista». A pesar de que las partes consiguieron un acuerdo de cesar el fuego, adversarios de CNT y POUM utilizaron los choques de 3–6 de mayo para imponer su control a Barcelona e iniciar represalias contra la oposición. Pero mientras el gobierno de Largo Caballero retenía el poder, la investigación de los acontecimientos en Barcelona podía comprometer a PSUC y a los comunistas en general. Por eso para los comunistas fue principal destronar a Largo Caballero quien se oponía a interpretar los hechos de mayo como «un revuelto anarco‑trotskista». De esa manera la idea de destituir a Largo Caballero planeada por los comunistas ya en marzo llegó a ser una tarea directa en mayo. Con todo eso, PCE estaba dispuesto a que Largo Caballero quedara una figura formal del jefe del gobierno a condición de que todo el poder efectivo y sobre todo el control de las estructuras de fuerza se concentrara en las manos de los comunistas y «centristas» de PCE.

Los comunistas se empeñaban en cambiar la estrategia del gobierno y política militar, sin detenerse ante destituición del jefe del gobierno si fuese necesario. No obstante, eso no quiere decir que planearon de anticipo toda la marcha de la crisis política de mayo, desde los choques en Barcelona. Estaban dispuestos a actuar decidida y brutalmente, ganando a sus oponentes posición por posición, pero cuando sus acciones en la Ciudad Condal provocaron una exploción de indignación, en el primer momento aun se quedaron perplejos. Es más, el resultado de sus acciones en Barcelona no garantizaba en absoluto que derrotaran a sus adversarios y hasta amenazaba sus posiciones propias. En ésta situación fue los líderes del ala derecha de PSOE y el Presidente Azaña quienes salvaron a los comunistas, lo que resulto en un nuevo reparto del poder, donde las posiciones de los comunistas todavía no eran absolutamente dominantes aunque se reforzaron. Comunistas podían aprovecharse de un motivo menos arriesgado para avanzar en el camino de transformación de España en una «democracia popular». No eran combinadores omnipotentes, su fuerza procedía de la coherencia con que implantaban el estatismo llevando consigo a las estatistas del PSOE.

Después de los hechos de mayo Largo Caballero podía seguir encabezando el gobierno a una de las dos condiciones: sujetarse al dictado y convertirse a una figura nominal o, aprovechándose del papel feo del PSUC en los hechos barseloneses, debilitar a los comunistas y formar un gobierno nuevo a una nueva base sindical (al haber igualado a UGT y CNT), ignorando el opinión del Presindente y apelando a masas organizadas. Eso, por supuesto, violaría la Constitución, pero después del 18 de junio la infringían muy a menudo. Fue un momento crucial en el desarrollo de la Revolución española, o sea del todo el mundo también. ¿Nacería un nuevo modelo sindicalista que existiera al lado de los variantes de la sociedad industrial regulada norteamericano, soviético y fascista? ¿Considerarían los países que empezaran el camino del estado social las opciones diferentes: crear una sociedad nueva a base de autoritarismo, pluralismo democrático o, como en España, a base de la democracia industrial?

Es evidente que el gobierno cuyo núcleo fuera integrado por los líderes sindicales de CNT y UGT habría continuado a realizar las reformas sociales dirigidas a ordenar la colectivización y la sindicalización. Tal gobierno habría investigado los hechos de mayo de una manera desfavorable para los comunistas, lo que habría aflojado sus posiciones en los órganes de fuerza y habría resultado en que PCE perdiera la lucha por el poder. Sin embargo, si las cosas hubieran ido así, no sólo los comunistas sino los socialistas de derecha y los republicanos habrían perdido el poder. Pero en mayo del 1937 Largo Caballero no se atrevió a actuar de manera revolucionaria. «El Lenin español» no tuvo la audacia de Lenin verdadero. Al mismo tiempo rechazó el papel de un mascarón de proa de la nave que bruscamente cambiaba el rumbo.

Por no haber atrevido a romper con el sistema partidista‑presidencial, Largo Caballero perdió y el 17 de mayo M. Azaña le encomendó formar un gobierno nuevo a J. Negrín, dispuesto a la cooperación más estrecha con comunistas. En la primavera del 1937 un golpe político iba preparándose no en favor de personas sino en favor del bloque de comunistas y socialistas de derecha. Los políticos social‑liberales y comunistas eligieron a Negrín como a la más cómoda figura de compromiso.

Los emisares de Comintern participaban directamente en aquellas combinaciones y gozaban de una gran influyencia en la coalición de los «vencedores de mayo». Está claro que sin su apoyo los socialistas de derecha no habrían logrado vencer a Largo Caballero y la revolución social.

 

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Los antifascistas tenían no un solo (exterior) sino dos factores de resistencia como mínimo (lo que prueba ya la defensa de Madrid): la revolución y la ayuda de la URSS. En la situación en que hallaba la República era imposible ganar contando con sólo uno de ellos. La derrota seguía no sólo a la disminución de la ayuda soviética sino también a la debilitación de la revolución. Al paralizar la revolución, la dirección española nueva mató los estímulos de la lucha abnegada por la victoria. Largo Caballero sabía combinar las ambas fuentes de la fuerza republicana, después de que Negrín había rechazado una de ellas, sólo el comienzo de la Segunda Guerra Mundial podría salvar la República.

Antes de 1938 la ayuda soviética equilibraba la intervención material y técnica de Italia y Alemania, y las Brigadas Internacionales, la presencia del contingente militar italiano. A los finales de 1937 la ayuda soviética empezó a reducirse, mientras la fascista aumentaba. La disminución de la ayuda de la URSS fue relacionada tanto con el desengaño de los jefes soviéticos por lo que el nuevo gobierno Negrín‑Prieto fuera incapaz de quebrar el curso de la guerra como había prometido, como con la agravación de la situación internacional, cuando el problema español quedó menos importante que las crisis en China y Checoslovaquia.

Desde la segunda mitad del 1937 la ayuda soviética iba también a China y el volumen de abastecimientos al Oriente se descontaba de lo que URSS podía dirigir a España. China era aun más importante de España: ésta vez la guerra iba inmediatamente junto a las fronteras de la URSS. Detener Japón a los accesos lejanos a URSS fue muy importante para los soviéticos durante todos los 30.

En primavera‑otoño de 1937 los republicanos obtuvieron una posibilidad de tomar iniciativa, cuando Franco al haber concentrado las fuerzas en el Norte guerreaba en dos frentes. En vez de acumular los esfuerzos en la victoria y preparación de una operación ofensiva, comunistas y social‑liberales se peleaban apasionadamente por poder, mientras tanto la República perdía tiempo. En verano realizaron una operación en su estilo, y se quedó evidente que sus métodos no eran mejores sino peores que el estilo de guerra de Largo Caballero. Y en julio‑diciembre del 1937 la oportunidad de captar la iniciativa fue perdida.

Sin embargo la URSS continuó a prestar ayuda a la República cuya conservación (aunque la victoria fuera imposible) distraía Alemania y en especial Italia de las acciones en el este de Europa.

Dosificando la ayuda según la situación de política externa complicada, Stalin no se negaba a continuar la lucha en España y fortalecer el control sobre el sistema política de la República. Como demuestra la experiencia de las «democracias populares», aun en las condiciones más favorables Stalin actuaba paulatinamente cuando establecía los régimenes comunistas.

 

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En el mayo de 1937 el lugar del gobierno revolucionario ocupó una coalición interesada en apaciguar y finalmente apagar totalmente el fuego de la revolución. Pero la fracción más fuerte del régimen de mayo eran los comunistas quienes por lo moderado que fueran no se negaban a la idea de convertir España a un país socialista (tal y como entendían la palabra). El gobierno de Negrín se ocupó de la decolectivización pero al mismo tiempo, de la nacionalización. Fue no sólo una deviación de los progresos revolucionarios antiguos sino la vuelta del vector de revolución de la autogesión al estatismo y estatalización. El régimen que se establizó en España en mayo de 1937 representaba una forma inicial de las «democracias populares»: los régimenes que se propagaron en la Europa Oriental después de la Segunda Guerra Mundial. La «democracia popular» es un régimen prosoviético que combina una fachada liberal con el núcleo autoritario y estatista. La correlación de la fachada y del núcleo depende de los factores de política exterior, y en ciertas condiciones la fachada puede vencer al contenido. La «democracia popular» no se limitaba a hacer un «polluelo de cuclillo» comunista expulsar a los aliados, sino era una síntesis de dos estatismos: un comunista y otro liberal en una plataforma prosoviética.

Los pasos más decisivos en la ruta de la «democracia popular» en España eran posibles después de que terminara la guerra civil y la situación internacional cambiara. Cuando llegara el tiempo, sería posible unir a los comunistas y a los partidarios de política prosiviética en un partido unido y allanar a la oposición.

Al haber perdido la oportunidad de vencer a los azules, a la República le quedaba una sola posibiliad de sobrevivir: tirar hasta que estallara la Segunda Guerra Mundial. Esta oportunidad apareció en el septiembre del 1938 en relación con la crisis de Sudetes y permanecía en 1939 ya que la República gozaba de un, aunque pequeño, pero suficiente recurso de resistencia para mantenerse algunos meses en la situación impredicable de la Europa de preguerra.

Pero las fuerzas políticas dirigentes incluído al primer ministro Negrín concluyeron que la derrota era inevitable y comenzaron a buscar las posibilidades de minimizar las consecuencias de la catástrofe. Comunistas implicadas en el combate contra en fascismo estaban dispuestos a luchar hasta el último soldado. Pero también tenían que actuar en el marco de la política de Negrín cuyas maniobras provocaban desconfianza a una gran parte de los republicanos que temían quedarse al margen de la evacuación.

En resultado el motín de Casado obtuvo un amplio soporte político, incluso por parte de los partidarios de una capitulación incondicional. El revuelto provocó el fracaso de la República cuando quedaban sólo cinco meses hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

El derrumbe de la República española fue una prueba evidente del fiasco de la estrategia del Frente Popular y seguridad colectiva que Stalin a tan duras penas había decidía realizar en 1934–1936.

En resultado de la guerra civil Franco determinó su posición de neutralidad a cual se inclinaba ya en los días turbios de Munich. Aunque de aquel modo la Repúlica ganó: desangró el franquismo y impidió a involucrar España en la Segunda Guerra Mundial.

En el mismo tiempo en España se libró el primer combate en la lucha que terminaría por la derrota del bloque fascista en 1945.

 

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El movimiento hacia la democracia industrial fue terminado no en consecuencia de procesos internos que había ocasionado, sino en resultado de una supresión forzosa de la revolución. El hecho de una derrota militar como tal no da lugar a concluir que uno u otro modelo es inviable en lo principal. Hay ejemplos de otras estructuras sociales y políticas que en otras condiciones militares y políticas daban muestras de alta eficacia y viabilidad. El problema de viabilidad de la alternativa sindicalista se resume en la posibilidad de su existencia, conservando su particularidad respecto al modelo «capitalista» y «estatista‑comunista».

Es probable que en aquellos años los ideales de autogestión y democracia coherente podían surgir a la realidad sólo en condiciones extremales. Es dificil decir si la autogestión sindicalista lograra sobrevivir en condiciones de la vida cotidiana y pacífica. La experiencia de muchos países occidentales y Yugoslavia «socialista» demuestra que la autogestión y el federalismo en la sociedad industrial y burócrata son realizables más en su forma que en su contenido, sin embargo, mejoran las condiciones de vida de la gente. Las tendencias globales istóricas resultan más poderosos que las ideas prematuras. Pero sólo aspirando a ir más allá del horizonte es posible romber el círculo cerrado de lo ordinario.

El mismo nacimiento del sistema capitalista basada en los principios de autogestión y no de dirección estatal hizo la revolución española uno de los acontecimientos principales de la istoria munidial. Testifica que en la combinación de palabras «estado social» la segunda es de clave. Las reformas sociales engendradas por el colapso del capitalismo espontáneo podían realizarse con reforzamiento del estado: a la manera norteamericana, alemana, italiana y soviética, o con reforzamiento de las estructuras de autoregulación de la sociedad, tales como los sindicatos, órganos de la administración autónoma territorial, los movimientos sociales democráticos, en una palabra, a la manera española.

Sean potentes que sean las leyes del desarrollo histórico, mucho en la dirección de los flujos de historia depende de sus «momentos estelares», como decía Stefan Zweig. Las fuerzas sociales llegan al equilibrio y entonces todo depende del «factor sujetivo». El resultado del «momento estelar» determina el rumbo de los destinos de millones de hombres para décadas en adelante.

La «hora estelar» de España es el tiempo de la Gran Revolución Española de los 30. Este periodo de la istoria española es un pozo inagotable de las lecciones para los todos que desean transformar al mundo sobre bases de la libertad y solidaridad, los que buscan una alternativa real al autoritarismo y al capitalismo.

España se halló en el epicentro de la política mundial y de ella dependían los destinos del mundo. Tal papel exige sacrificios, pero al mismo tiempo da la vida y no la vegetación.

En la cadena de los eventos de la política mundial de los 30, cuando una casta pequeña de los hombres de estado decidía el destino de millones de hombres, los hechos ibéricos se singularizan por lo que la historia se hiciera «desde abajo» y los ciudadanos de a pie hubieran atrevido a arreglar su vida a su manera y oponerse a las órdenes de los «jefes». Por eso, a pesar de toda la sangre y inmundicia que sobraba en la historia de la revolución española, sus líderes seriamente tenían en cuenta la voluntad de la gente común. Esto sucede muy raras veces y cuesta caro.

 

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